Reflexión:
De una tarde a otra tarde
Juanita Pochet Cala
Comenzó la tarde con
bocanadas hirientes, un soplido rozaba los oídos, tibio, húmedo, pesado. Arriba cabalgaban
negras y cargadas nubes, parecía caerse el cielo, parecía moverse el diminuto
espacio adonde estaba, asombrada, acorralada, temerosa. Los árboles empezaron a
mover sus largos brazos quedando al desnudo en fracciones de segundos.
Inaudito, increíble,
aterrador. Un pájaro a contra viento quedó estrellado contra una pared, allí lo
vi caer, allí quedó cubierto por hojas que volaban, llegaban y salía
expulsadas.
Desde el diminuto espacio,
con todo el cuerpo y los pies mojados, protegida entre esas benditas paredes lo
observaba todo con el corazón a punto de salir del pecho. Apretaba fuerte los
ojos cada vez que veía esa como un sable cortando el cielo, para agujerear
luego los oídos con todo su estruendo, con toda su rabia enardecida.
No sé cuántos minutos, no
sé cuántas horas estuve allí, allá, con dolores infinitos comprimidos, con
temores salobres, con un cansancio milenario, como si se hubieran acumulados
siglos sobre mi propia existencia. ¿Existimos? Todo se conjuga, todo permanece
en la memoria y desde la memoria recorro cada rincón de la historia, cada
espacio del universo, recorro pasillos de templos, casas destruidas, ciudades
extinguidas, noticias y alertas acumuladas.
Desde tiempos más cercanos
nadie escuchó el reclamo de la madre tierra. El hombre, hijo del hombre,
abandonó al hombre, se desarrolló prepotente, la arrogancia daba paso al
olvido.
Lloriqueo como una niña
abandonada a su suerte, no me duelo de mí, me duelo de todos, pienso y no dejo
de pensar en todos, más aún en aquellos que no lograron llegar al arca, en
quienes no han podido reconstruirse, en quienes no están; y son los inventos
dentro del propio tránsito de la existencia, la acumulación de gases por las
bombas y las inmundicias, ambición del Ser, oprobio del Ser, incapacidad de los
capaces.
Me llamo desde adentro,
observo como el gris cielo cambia su tono, observo como la tarde empieza a
renacer, como la lluvia y el viento cesa, han dejando sus huellas cada vez más
enconada; y el hombre, ha de aprender ser más amigo del hombre. Hemos de
aprender a convivir, me insisto e insisto por la vergüenza y el dolor que no es
ajeno.
1 comentario:
Levantemos nuestras manos para descorrer esa tristes imágenes pretéritas y tendámoslas al semejante para hacer de nuestra breve estancia algo vivible, esperanzador y solidario.
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